Igual le daba la novela que el drama que el ensayo, incluso nacer en Argelia o en la metrópoli. Se inclinó Albert Camus por las resecas tierras africanas y, tristón como era, por el existencialismo, con ese no saber si merecía la pena vivir bebido en Nietsche y Shopenhauer que tampoco eran la Alegría de la Huerta. Puede que el colmo lo pusiera Kierkegard.
Son argelinos sus primeros pasos en el periodismo y como actor en su compañia orientada a llevar el teato a los trabajadores.
En Francia ya, afilió sus dudas sobre el vivir al Partido Comunista de linicio de los años 30; se desafilió en el 39 por totalitarismo y de su mujer, por otra, por otra mujer. Quizá con ella fue encontándole algún sabor a la vida porque también fue amainando en lo del existencialismo.
Reblandecimientos tantos no complacen excesivamente a Sartre, correligionario, amigo y colaborador en “Combat”, la revista de la Resistencia. La bronca fue gorda. Se dijeron independiente político, estéril (políticamente solo), ineficaz, Vinculado al comunismo…No hay constancia de que se mentaran a la madre, si de que fue lo último que se dijeron. No se volvieron a hablar.
Si a disentir sobre otro tema crucial: Camus recogió complacido el Nobel de 1.957 y Sartre, que se sepa, aún no se ha presentado a recoger el de 1.964 que le correspondió.
Como gente grande del pensamiento que era, Camus ya advertía:

“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas.”

Paren las bullas, por favor; siéntense al fresco, tomen unas copas de tinto Rincón de la Cautiva, con jamón, mejor, y hablen. Hablen hasta la extenuación. Mejor ser felices que lo otro.

Juan José Jiménez S.

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